El ahilado

José Luis Sánchez-Garrido R.
Domingo 23 de septiembre de 2012

Después de acostarme tarde y dormir menos, sin que haya ninguna causa familiar ni profesional que lo justifique, me levanto naturalmente muy cansado.

Los vegetales, las plantas “se ahilan” cuando no les da el sol. Si ponemos una maceta dentro de una habitación oscura, sin luz alguna, observaremos que crece enormemente en vertical, buscando desesperadamente la luz, que no encuentran, todas sus energías la utiliza para solucionar el problema, este crecimiento rápido vertical, hace que la planta quede extremadamente débil, sin poder sostenerse, cae enferma y después se muere.

Al reino animal, no le pasa lo mismo pues tiene movilidad, y dentro de la fauna, la raza humana tiene más, desde que se inventaron los coches, los aviones y el AVE.

Pero en mi caso perdí la movilidad a los 30 años, cuando me hicieron Jefe de la División de Líquidos y Productos Especiales de S. A. Cros, me pusieron en una silla de ruedecillas, dentro de una habitación, con una mesa, un teléfono y muchos papeles. Después me han cambiado alguna que otra vez de celda, donde no pernocto sino que estoy 12 horas diarias. En vez de paseos al patio de la cárcel, hay paseítos a tomar café. Y también, dejo la silla de ruedecillas a veces, y andado pocos metros, llego a un coche, que me traslada, a comer a algún punto, así cada vez ando menos y menos.

Yo me he ahilado como un vegetal, pero al tener la habitación luminosidad, he crecido horizontalmente y no verticalmente, con la colaboración intensa de las comidas de trabajo, y otras donde quizá por los nervios, tampoco comes ordenadamente. Si en algo he subido verticalmente, puede ser mentalmente, probablemente.

Llevo pensando ello desde hace varios días y quería comprobar si todavía se andar. Hoy  me he ido andando desde Albolote a Maracena, donde hay un paseo bastante bonito, en esta vía donde en el centro va el futuro tranvía, en el tramo comentado, las obras están terminadas, y todo llano, y así que es facilito, me he lanzado a ello. Al inicio me faltaba aire, también piernas y resoplaba, después me pareció que no iba a llegar nunca, por fin controlé la situación, se me quitó el cansancio y andaba hasta con naturalidad.

Tomé café en Maracena, en un sitio que me gusta ir por ver a la camarera de ojos negros y diligente, no es lo que se dice guapa, pero tiene una belleza intrínseca natural, la cual hace que no requiera ningún tipo de belleza física.

Deambulo en el mercadillo de lo antiguo, veo un enorme libro de “La Divina Comedia”, de Dante Aligheri, bien de precio, pero no la compro por lo que pesa.

Llamo a Trini, para que vaya a recogerme. Me dice: ¡Tengo la casa por medio! Bueno no vengas -le contesto- iré de regreso en autobús. Espero un rato al mismo.

Una Srta. muy gruesa, me ratifica que donde estoy esperando al mismo es donde tiene la parada. Finalmente llega, hace años que no subo a un autobús urbano, es precioso amplio, luminoso, con un bonito colorido interno.

Tomo en casa agua fría a la que le pongo zumo de limón estrujando uno sobre el mismo.

Esto debo hacerlo todos los días, me digo, cuando ando algunos kilómetros cada cuatro o cinco meses.

Buenas tardes.

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