El antiguo Instituto «Pedro Espinosa» en Antequera

Por Jose Luis Sánchez-Garrido y Reyes
Verano 2020

Cuando vi demoler el viejo palacete que albergó durante tantos años el Instituto de Enseñanza Media, al que le dio nombre el poeta del particular siglo de oro antequerano, Pedro Espinosa, sufrí en silencio, sufrí bastante, como se sufría antes, como sufre ahora quien de verdad padece. No como lo hacen esos niños que aumentan hasta el infinito los ya de por si excesivos decibelios, gritando y gesticulando, sin una sola lágrima, para que nadie tenga la menor duda de su incuestionable e inevitable sufrimiento (media guantá como se decía antes, algún ciudadano no educado en democracia, pero ahora no se cualquiera se atreve a pegarle a un niño, ni siquiera a regañarle, solo a sonreírle y que hagan lo que quieran, vaya que sufran los pobrecitos, mal favor creo yo le estamos haciendo, pero hay lo que hay).
Aquel histórico edificio, Palacio o Palacete en su momento de los Condes de Castillo del Tajo fue sustituido por un horrendo inmueble (de alguna forma hay que llamarlo), muy funcional y con mayor cabida. ¡Qué mal gusto!, ¡qué horror! En mi opinión obviamente, aunque he leído por ahí que es una obra arquitectónica emblemática en cierta medida, el nuevo edificio y del que todos debemos enorgullecernos. A mí me parece muy bien, si la hubiesen puesto en otro sitio y no hubiesen demolido una edificación emblemática de nuestro pasado construida en el siglo XVIII., un monumento. ¿Qué mente preclara o mentes tuvieron esta idea, por favor que cosas tan fuera de la lógica? Si se quiere hacer algo nuevo, pues estupendo, pero no demoliendo el pasado sino en otro sitio.
El Instituto Pedro Espinosa con su hermoso claustro y su fuente cayó víctima del pico y de la pala, como tantos edificios, casas solariegas, palacios o modestas pero honrosas casas familiares, como en la que yo nací y que he podido recuperar con el apoyo y respaldo de mi familia, de todos mis hermanos.
Menos mal que se les puso freno a las demoliciones y ahora se cuidan, las fachadas y el entorno de los edificios que merecen la pena conservar, agraciadamente.
En el viejo Instituto abrí los ojos al mundo. Había un buen profesorado.
Cuarenta alumnos por aula. Viven en mi memoria, D. Manuel Chaves y sus magníficas clases de Historia, el cual vivía frente al Instituto, en un bello edificio con Jardín delante, que ya hoy tampoco existe; el profesor de Literatura don Germán Arteta Errasti, el artista y profesor de dibujo don Emilio del Moral, las clases de Filosofía de la señorita Tere Muñoz.
Recuerdo a D. Antonio Mochón, el cura, con sus clases de religión y su chiste:
¿Cuántos ojales tiene la sotana de un cura? ¡pensad! ¡pensad!
¿No lo sabéis?
-Pues tantos como botones.
Respondía Don Antonio, mientras se reía abiertamente contagiándonos todos…ja, ja, ja, ja, ja; los había que se retorcían de risa en el suelo, pues ello les daba la posibilidad de sacar mejor nota. A él con su alegría, se le movía la barriga, es ello una señal de risa auténtica, sin disimulos, auténtica.
Cómo olvidar al Sr. Alarcón, el bedel del instituto durante toda la vida y con el que nos teníamos mucho cariño, a pesar de su genio.
A propósito de curas y puesto a recordar, ¿quién ha olvidado aquellas preguntas y respuestas del catecismo en nuestra infancia? Lo hago con el mayor respeto. Sólo critico las palabras que ofrecía el catecismo del padre Ripalda destinado a niños que aún no habían cumplido los diez años.
– ¿Soy cristiano?
-Si, soy cristiano por la gracia de Dios.
– ¿Qué es ser cristiano?
-Ser cristiano es ser discípulo de Cristo.
La cosa se complicaba con aquello de Dios y trino.
– ¿El Padre es Dios?
-Sí, el Padre es Dios.
– ¿El Hijo es Dios? -Sí, el Hijo es Dios.
-¿El Espíritu Santo es Dios?
-Sí, el Espíritu Santo es Dios.
Y la pregunta del millón:
– ¿Son, por ventura, tres dioses? Claro que no, era menor el lío que nos hacíamos con las personas, los entendimientos y las memorias, y otra cosa de la que no recuerdo más que aquello de esencia, presencia y potencia.
En los recreos poníamos a prueba la resistencia de los zapatos con un partido de futbol. Mi puesto preferido era el de portero donde apenas habías de moverte, de portero se trabajaba menos. Algunos me decían:
– ¡Cabezón, para con la cabeza!
Tenía una cabeza grande, sí señor. Menos mal que a los 22 años dejó de crecer, pues en las milicias ya medía 59 cm de perímetro, y no encontraba o no había gorra de plato de mi talla, así como suena, no es ningún chiste, tuve que esperar un mes para que me enviaran una gorra de talla especial para mi volumen de cabeza.
En el nuevo Instituto no he estado nunca hasta el momento y ya no es nada nuevo.
Ya muchas cosas con los años se me han borrado, pero me queda el regusto de sus clases, de los compañeros a los que en muchos casos no he vuelto a ver y a otros que, si veo y que sin hablarnos muchos años por avatares de la vida, se ven ahora y son los amigos de siempre los que no se pierden, los amigos de la juventud, los amigos desinteresados que no fallan, tal como Alejandro Herrera Durán y Pedro Luis Franquelo Manso. Otros muchos no los he vuelto a ver, Manuel Jesús Campos González, que sé que es médico ya jubilado y vive en Granada, Paco Torres, Manuel Cabrera, etc., un buen amigo y vecino Alberto Trigueros Castillo y su primo Daniel Trigueros.
Ya era mixto, aunque niñas por clase había en aquellos tiempos muy pocas. El viejo Instituto el viejo y maravilloso Instituto.

Allí en los aseos, grandes no eran modelo de limpieza, y eso sí todo el alicatado con letreros y dibujos con rotulados de tinta indeleble, con todas las barbaridades inimaginables.
De allí, del Instituto, concretamente de mi curso, partió la idea de organizar la Cofradía de los Estudiantes, en la que todos participamos, haciendo cada uno lo que se nos asignaba.
Sí, sí mucho aprendí en el Instituto Pedro Espinosa, cuando no sabía casi nada, me abrieron los ojos al mundo, en aquellos años el mundo era mucho más grande que hoy. Muchísimo más grande, insondable enorme, hoy se ha empequeñecido mucho.
Viejo Instituto Pedro Espinosa, buenos profesores, buenos compañeros, entrañables recuerdos.
Buenas tardes.

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